Según
Henry Jenkins desde la llegada de la World Wide Web asistimos a una explosión
de nuevas comunidades del conocimiento que han transformado radicalmente las
prácticas de consumo mediático. La
convergencia, desde su perspectiva, es un fenómeno social y colaborativo que
lleva a los consumidores a transformarse en productores textuales.
Comparto con ustedes este texto extraido de 6° Foro Latinoamericano en
Educación y Nuevas Tecnologías que aporta algunas ideas e interrogantes en
cuanto a las TICs y su inclusión en la escuela y que nos invita a reflexionar
sobre ello.
“…¿Cómo pensar los desafíos que se presentan hoy a las
instituciones escolares frente a la dinámica avasalladora del mundo digital?
El cambio tecnológico
y el giro cultural que hemos vivido en los últimos treinta años representan
para la escuela un desafío diferente del que hasta ahora se venía planteando,
ya que –en varios sentidos– ponen en cuestión sus principios básicos, sus formas
ya probadas de enseñanza-aprendizaje, su estructura organizacional y edilicia,
así como las capacidades de quienes están al frente de los procesos educativos.
Más allá de estas
dicotomías y contraposiciones (que requieren ser consideradas, aunque se las
relativice o se las cuestione), no hay duda de que sí existe una tensión
latente, y a veces explícita y evidente, entre los modos de trabajo que propone
la escuela (su organización en asignaturas, la partición del tiempo y del
espacio, las relaciones de autoridad que establece, la progresión y secuencia
de conocimientos que propone) y las experiencias de vida cotidiana que
registran los jóvenes tanto en sus hogares como en el espacio social y que hoy
están mediadas por los nuevos medios digitales. Colocar ese choque en perspectiva
histórica permite, claro está, relativizarlo y contextualizarlo: de hecho, el
espacio escolar siempre estuvo en discontinuidad con las experiencias de
socialización que han vivido los jóvenes. En todo caso, la novedad en este
momento histórico consiste en que la escuela se ve interrogada por esas nuevas
prácticas vinculadas a las tecnologías, que tienen una pregnancia y una
extensión inéditas y que moldean buena parte de los comportamientos y
sensibilidades actuales, y frente a las cuales, muchas veces, la escuela se
muestra desorientada y no sabe cómo reaccionar.
Lo que es innegable es
que los jóvenes que se socializan en estas nuevas prácticas culturales
provenientes de las poderosas industrias del entretenimiento, llegan a la
escuela con experiencias que les han moldeado la percepción, que han modificado
su vínculo con la temporalidad, que los han obligado a ejercitar un sistema de
atención flotante o “hiper-atención”, y que los han hecho experimentar el vértigo,
la velocidad y el desciframiento de enigmas. Estos jóvenes son los que se
sientan en un aula y juzgan las reglas de procedimiento escolar desde
disposiciones y percepciones estructuradas por aquellas prácticas.
El problema no puede
entonces centrarse exclusivamente en el plano de la incorporación de máquinas o
de infraestructura en conectividad, aunque esta sea la condición necesaria para
poder plantearse otras preguntas. El desafío está en comprender por qué y cómo
es necesario trabajar con las tecnologías y, al mismo tiempo, reconocer los
problemas que enfrenta la escuela en esta incorporación, y cuáles son los
procesos de aprendizaje que promueve o debería promover la escuela que no son
resueltos automáticamente por las tecnologías.
Todo es
muy reciente y cambiante; sin embargo, ya han pasado más de 20 años desde que comenzaron
a llegar las computadoras a las escuelas y todavía no sabemos con certeza cómo
incorporarlas a las actividades pedagógicas, cuánto aceptarlas para las
actividades sociales y cómo regularlas en los usos privados. Son desafíos
abiertos que nos obligan a seguir pensando este terreno de manera creativa y
aceptando los riesgos que cada decisión implica. Está en juego no solamente el
proyecto escolar, sino el modo en que nuestra sociedad genera, administra,
distribuye, recrea y democratiza el conocimiento…”
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